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No llores, dueño mío - La Guirlande

  • Basílica Pontificia de San Miguel 4 C. de San Justo Madrid, MD, 28005 España (map)

Programa

Juan José de Arce (1748-1777)
Inclinando los cielos
Cantada al Santísimo con violines y flauta (1774)
Recitado – Aria muy amorosa

Juan Oliver Astorga (1733-1830)
Trío sonata I en do mayor
Moderato – Adagio – Tempo di Minuetto

Juan Martín Ramos (1709-1789)
No llores, dueño mío
Cantada de Reyes con violines (1759)
Recitado – Aria (Spiritoso-Despacio)

Juan Francés de Iribarren (1699-1767)
Aplaudan de las ondas. Cantada al Santísimo
Recitado – Aria (Allegro gustoso)

Juan Sessé y Balaguer (1736-1801)
Piezas VI y VII en la mayor
Adagio – Presto

Francisco Hernández y Llana (ca.1700-1780)
Yo más no puedo hablar
Cantada al Santísimo (1768)
Recitado con violines – Aria (No presto)

Juan Francés de Iribarren (1699-1767)
Respira sin temor
Cantada a la Purísima Concepción (1750)
Recitado con instrumentos – Aria (Allegro spiritoso)

 

Intérpretes

La Guirlande

Luis Martínez | traverso y dirección
Lucia Caihuela | soprano
Lathika Vithanage | violín
Sergio Suarez | violín
Ester Domingo | violoncello
Pablo Zapico | archilaúd y guitarra barroca
Silvia Jiménez | contrabajo
Andrés Alberto Gómez Rueda | clave

 

Notas al programa

La imitación idealizada de la naturaleza pasó a ser en el siglo XVIII una de las máximas a seguir por los artistas, máxima a la que se acogieron también los compositores españoles. Se valoraron positivamente las culturas de América y de Asia, gracias a los numerosos relatos de viajes que se publicaron, y surgió el mito del "buen salvaje", al que los filósofos supusieron en un feliz estado de naturaleza en fuerte contraste con el corrupto y artificial mundo civilizado.

Ya avanzado el siglo XVIII aparece en escena una nueva corriente encaminada a entender la música, primero, de manera humanitaria y sentimental, y luego trascendente e irracionalista. Si los músicos de las primeras décadas de la centuria pretendieron conmover y admirar a su audiencia, poniéndose al servicio de las instituciones del Estado y de las iglesias, más adelante los compositores creyeron que su tarea era, más bien, "hablar a los corazones / el idioma genial de las pasiones", tal como sostiene Tomás Iriarte en su difundido poema La música (1779). En los siglos XVI y XVII el término "sensibilidad" se refería a los sentidos corpóreos que ponían en contacto el sujeto con el mundo circundante. Sin embargo, en las primeras décadas del siglo XVIII la palabra cambió su sentido y pasó a aludir un mundo subjetivo interior, un mundo que se distingue no solo de las cosas, sino también de las severas leyes racionales.

Los maestros de capilla de las catedrales españolas no fueron ajenos a estas corrientes estéticas y filosóficas. Por una parte, observamos en su producción obras de temática bucólica, en las que, junto a la voz, participa como solista la flauta travesera, un instrumento que se asociaba, ya desde los tiempos de la antigüedad clásica, al mundo pastoril y a la emulación del canto de las aves. Por otra parte, los maestros de capilla supieron explotar la nueva estética de la sensibilidad con obras de gran patetismo, en la que los instrumentos ejecutan motivos enérgicos y contrastantes, acompañados de dinámicas y modulaciones sorprendentes.